Un modelo separado y diferenciado desde el siglo XVIII
Las bases del actual sistema educativo comienzan a construirse en Europa a mediados del siglo XVIII. Según las ideas educativas vigentes entonces, hombres y mujeres fueron creados por Dios para desempeñar destinos sociales distintos y en consecuencia, también su educación debía ser muy diferenciada.
Aunque se va imponiendo la idea introducida en España por el Informe Quintana (1813- de que todos los ciudadanos deben recibir educación escolar, se mantiene la polémica sobre la conveniencia de que las niñas se beneficien también de ella.
Las propuestas y directrices se centran de forma explicita sobre lo que debe ser la educación de lo niños, en tanto que la educación de las niñas se articula siempre en torno a los rezos, el aprendizaje de labores domésticas el recorte de las asignaturas prescritas para los niños. Se argumenta que las niñas ni deben estudiar ni necesitan una cultura profunda, porque ello las puede distraer de su función principal, la de esposas y madres. La posibilidad de una instrucción básica para el conjunto de las mujeres es extremadamente reducido y el acceso a estudios medios y superiores es únicamente para las niñas de la clase alta, y recibirían unas enseñanzas en "nociones" de música, dibujo u otras materias, destinadas que puedan intervenir en una conversación, pero en ningún caso a que puedan realizar a partir de ellas un uso creativo mas allá de su ámbito doméstico. La justificación teórica al acceso de las mujeres a la cultura ha sido elaborada por diversos pedagogos, Destaca especialmente Rousseau-padre de la pedagogía moderna y autor mas significativo de este periodo que tendrá una influencia decisiva sobre las propuestas pedagógicas de los dos siglas venideros. En coherencia con la idea de la diferencia de destinos sociales, Rousseau plantea unos principios totalmente diferenciados para la educación de niños y niñas mientras que para otros, el proceso educativo se basa en el respeto a su personalidad y en la experiencia, que debe proporcionarle los conocimientos adecuados para convertirse en un sujeto con criterios propios, libre y autónomo.
Por una parte considera que la naturaleza ha creado distintos a hombres y mujeres, les ha dado intereses y capacidades también distintos. La asunción de un destino genérico parece, por tanto, derivarse del hecho inscrito en la biología.
Pero, por otra parte, si bien confía para la educación del varón, en un proceso en el que bastaría con permitir el despliegue de su naturaleza, aconseja emplear en la educación de la mujer todos los medios posibles para forzarla a aceptar su papel subordinado.
Sin embargo, aunque de manera muy minoritaria, también se dejan oír a finales del siglo XVIll y principios del XX algunas opiniones de mujeres, pertenecientes en su mayoría a la aristocracia, que defienden la necesidad de instruir a las mujeres, porque ello aportará beneficios a los hijos, dado que ellas son sus primeras educadoras.
A pesar de iniciarse con un discurso referido a las mujeres de clase alta, la argumentación se utilizará a lo largo de todo el siglo XIX en la defensa de la educación de todas las mujeres. En España, en correspondencia con las formulaciones teóricas sobre la educación, las leyes educativas del siglo XVIII y explicítan claramente que niños y niñas deben educarse en escuelas distintas y recibir enseñanzas también distintas. Si por una parte aumenta la necesidad de educar a las niñas especialmente a las de las clases bajas, que deben realizar algunos conocimientos para poder trabajar- por otra se establece que su educación ha de ser distinta a la de los niños. Básicamente consistirá en rezar y coser hasta bien entrado el siglo XIX, en 1821, no se determina en el ordenamiento legal que también deben aprender a leer, escribir y contar, actividades que desde tiempo atrás venían siendo obligatorias en las escuelas de niños.
Sin embargo, la precariedad económica de los municipios os Ayuntamientos eran los que debían asumir el sueldo de los maestro hacia imposible, en muchos casos, la existencia de dos escuelas, y muy frecuentemente niños y niñas iban al mismo centro, aunque no es muy difícil imaginar que recibían una atención y enseñanzas bien distintas.
Cristina Brullet y Marina Subirats. (1990). La coeducacion. enciclopedia practica de la pedagogia, vol. 5, 9-11.
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